Giorgio
Quizás necesite posicionarme en otro lugar a la hora de escribir. Dejar de ser la víctima y asumir la responsabilidad de mis actos. También dejar de explicar los actos y mostrar imágenes que guardo en el fondo de mi retina, en lugar de neurotizar mis textos.
Vos sos gran parte de lo que tengo para escribir y volvés todo el tiempo. ¿Por qué voy a borrarlo si pide salir?
Tengo una imagen que quiero dejar en este espacio. Es la que más me gusta de vos.
La primera vez que nos vimos.
Un perfume cálido invade mi nariz. Bleu de Chanel. Es de esas fragancias con sabor a madera que se meten atrás del paladar, grabándose como un nombre sobre una placa. Estamos en un gimnasio sucio, con aparatos de los 80. Sos altísimo y tu disfraz se ve torpe, pero ingenioso: un par de medibachas negras, un blazer ajustado azul oscuro y los zapatos de gamuza carmesí con cordones. No puedo ver tu cara por el pañuelo rojo y blanco a rayas, cubriéndola. Detrás de la tela podría caber cualquier rostro. Me llamo Giorgio, decís. Es tu nombre en italiano. Giorrrgio, lo repito con acento. Te reís. Es tu apodo, como el mío, Vico, derivado de Victoria. En esas fiestas hay que vestirse con otros nombres.
Como disfraz llevo unas orejas de gato, una cola raida y unos bigotes mal pintados. Conversamos toda la noche en la misma posición. Vos parado en las patas metálicas de una bicicleta fija, yo sentada pedaleando. Cuando dejamos de conversar, alguien saca una torta de cumpleaños, nos da un pedazo. Lo comemos de a poco, jugamos con la crema. Te pongo un poco en la mano, la chupo. Hacés lo mismo con mi cuello.
Más tarde vas a invitarme a tu casa, pero me voy a bajar en pleno recorrido, en medio de Belgrano, sola, asustada. No sé por qué mi primer movimiento en torno a vos será la desconfianza. Te vas a tomar mi arrebato con calma, porque no querés que desconfíe. No querés lastimarme, por lo menos no ese día. Dormiré pensando en tu nombre. Giorgio.